julio 29, 2009

26-7-09 EL MEDIO CELEMIN Y ALGO MÁS


El domingo hicimos una ruta larga y de gran dureza. Y de gran belleza. Noventa kilómetros con tres puertos interminables, tres colosos de la sierra madrileña. La Morcuera, El Celemín y El Medio Celemín. Todo por tierra, sendas, pistas y veredas.

Ha sido una gran experiencia. ¿Qué tendrá este deporte que hace que el sufrimiento enganche tanto, que sufrir sea divertido?

Poco después de las 7:30 arrancábamos de Miraflores de la Sierra y empezábamos la aventura. Unas horas más tarde, sobre las 15:00 llegamos a los coches de nuevo. Todo había terminado.

No me quito de la cabeza el Medio Celemín. Todavía lo tengo presente.

La subida a La Morcuera fue algo normal. Intenso. Por momentos duro. Pero las sensaciones estaban dentro de lo usual en nuestras salidas.

Desde La Morcuera hasta Canencia (bendita señora y su agua fresca), bajadas, sombra abundante y alguna subida intensa, pero nada especial para nuestro aceptable nivel de forma.

Después El Celemín. No termina de hacer daño. No hay rampas especialmente duras y aunque los kilómetros empiezan a pesar, es un puertecito que se termina pronto.

A partir de ahí, bajadas espectaculares, trialeras y toboganes que producían más deleite que otra cosa. Y el entorno maravilloso para finales de Julio. ¡¡¡Que diferencia de color y de calor de una cara a otra de la sierra!!!

Y de pronto, enfrente una pared. Mires donde mires, la sierra. Y mi destino al otro lado. Al sur. Busco con la mirada ese collado que me devuelva a casa. Pero no hay salida. La montaña nos ha atrapado y nos engulle.

El calor ya aprieta.  El cansancio hace sus estragos. ¿Cuántas horas llevamos? ¿cinco? La espalda, el culo, las piernas, empiezan a pedirme descanso.

Y no encuentro el paso, el cortado que atraviese la sierra y me permita no tener que escalar la montaña. No hay cortado, ni collado. No hay escapatoria. La montaña me ha atrapado.  Sigo buscando con la mirada.

Por allí parece que no es muy alto. Horror, es altísimo, no hay collado. A ver por el otro lado. No, por ahí es peor. Y además nos alejaríamos. Solo puedo seguir el camino. Seguir pedaleando. Pedaleo sin pensar, escalando una pendiente casi imposible. Esperando que tras la curva aparezca el paso hacia el sur. O al menos que la pendiente se suavice. Pero tras la curva, el camino se empina aun más.

Joder, y ahora arena suelta que absorbe hacia dentro las ruedas. La montaña por fin me devora. Creía que no tenía más fuerzas pero aprieto y paso la arena. El sofocón ha elevado la temperatura de mi cuerpo al menos dos grados. Otra curva. Rezas para que tras ella muera la pendiente.
 
Pero no hay tregua, desnivel pronunciadísimo y arena aun más espesa te conducen a ningún collado. Solo escalo, literalmente, la montaña. Empiezo a odiar a esa interminable montaña que no me permite volver a casa. No hay paso, no hay collado. Solo montaña. Y calor. Y arena. Ya no me queda agua.  La temperatura de mi cuerpo parece elevarse por momentos y empiezo a preocuparme.

Miro para atrás. ¿Dónde están estos?. Dudo si van delante o detrás. Tengo que hacer un esfuerzo para recomponer lo vivido en los últimos minutos. Sí, vienen detrás. ¿Les espero? Pero quiero terminar este calvario. Necesito agua. Necesito descansar. ¿No les habrá pasado nada? ¿Sigo o paro a esperar?.

Un cruce. Buena excusa. No tengo más remedio que esperar. No conozco el camino. A la derecha ligera pendiente. A la izquierda una empinadísima recta se eleva hasta el dorsal de la sierra. Hacia el sur. Sé que ese es el camino. Lo sé. Por la recta imposible. Ya no me quedan ni fuerzas ni agua y el calor me sigue preocupando. Pero es la excusa perfecta para parar. Y esperar. Y descansar Y maldecir. Les espero.
 
Ahí están, descompuestos, sucios, pero enteros. Me imagino mi propio aspecto. ¿Para dónde izquierda o derecha?

Una mueca parecida a una sonrisa me indica que como me temía, es a la izquierda. O sea, hacia arriba. Por la empinadísima e interminable recta que se pierde allí donde la montaña araña el cielo.
Vuelta al pedaleo. Cansino, cadencioso como el tic-tac de un carrillón. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Ese crujido, ese clic que no sé de qué mal engrasada parte de la bici viene, me acompasa la pedalada.
 
Ahora el terreno es más quebrado, piedras enormes se suceden entre bancos de arena. Y la recta interminable. Y el calor abrasador. ¿Qué hora será, las dos?

Allí gira el camino. Pero no albergo esperanza de que suavice, el dorsal aun está alto. Efectivamente, tras la curva más pendiente. No sé cuanto duró, se me hizo eterno, interminable, un calvario para la vista, para la mente y para el cuerpo. Al fin, tras media vida pedaleando, cumbre.

Se ve el horizonte, a lo lejos adivino emocionado los alrededores de Madrid. Desde allí ya solo se puede bajar. Y bajo. Tranquilo, sin arriesgar. Quiero sentir el viento. Con lo que me ha costado llegar como para caerme ahora bajando. Curva a la derecha, a la izquierda. De pronto un obús me adelanta por la izquierda. Este Jorge no perdona una bajada. Yo sigo bajando como si bailase un vals, derecha, izquierda, derecha. Y siento el viento en el cuerpo. Me yergo para sentirlo más. Y pienso en que lo peor ya ha terminado y me llena de satisfacción pensar lo que acabamos de hacer.

Y sigo bajando, sigo hacia el sur, hacia una cerveza con patatas ali-oli servidas por una malencarada camarera (Que se joda que trabaja los domingos). Pero lo hemos hecho. Y después para hacer lo que nos queda decidimos acortar por la carretera, que más da, si es llano, y corto, y fácil. Lo grande ya está hecho. Y es tan grande que no necesita más.

Enhorabuena compañeros, sois unos héroes.

Y además ya estoy deseando volver otra vez.

1 comentario:

  1. Ha sido la ruta más dura desde que llevo montando en bici. No sé si era por el calor, los antibióticos que estoy tomando, la cerveza fría que nos tomamos en Valdemanco o por qué. Pero acabé listo. La bici siempre pone a cada uno en su sitio. La descripción de Alfredo, certera y real.Pero en dos días ya estaba deseando volver a montar en bici. ¿Será masoquismo?

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