No, no esperéis ver fotos de la tromba de agua y granizo. No podíamos dejar de pedalear bajo riesgo de hipotermia y han sido demasiadas cámaras de fotos destrozadas...
El viernes, Ángel nos propuso salir con los Bull Riders que reconocían la ruta del cobre saliendo desde V del Pardillo. Contestó afirmativamente José Antonio y a mí me pasaron varias cosas: me dio pereza repetir tan pronto, cierta inquietud por el ritmo del grupo (al saber que iba Jorge me temblaron las canillas) y la previsible dificultad del vadeo del río Guadarrama tras las lluvias caídas. El caso es que al final José Antonio y yo salimos desde Majadahonda para llegar a Río Chico y esperar al grupo al otro lado del vado, siguiendo juntos desde ese punto.
Llegamos al vado y el río bajaba fuerte. Llamamos a Ángel para advertirle y nos dijo que habían cambiado de planes y estaban subiendo por la Ventilla e iban a bajar por Río Chico a nuestro encuentro. Emprendimos la marcha para encontrarnos en algún punto. Nos encontramos a media subida y decidimos proseguir por el recorrido de la próxima ruta del cobre. Hicimos un buen tramo de la subida del Paredón, subida por la Ventilla, Las Cuestas, subida a la antigua mina Pilar, cuesta del burro y nos separamos cuando coronamos. Ángel, Jorge y acompañantes siguieron hacia La Cañada. José Antonio y yo continuamos hacia el embalse de Valmayor, con la idea de volver a Majadahonda por la ermita del Cerrillo, La Navata, Torrelodones, Molino de la Hoz y Las Rozas.
Cuando bajamos junto al embalse de Valmayor, las nubes negras negrísimas que veíamos a distancia sobre Abantos, empezaron a descargar. Primero, cuatro tímidas gotas junto al puente que cruza el embalse. Cuando íbamos en dirección a la Cañada Real aquello empezó a descargar en serio. Las gotas pesaban, taladraban. Apretamos. Llegamos a la barrera de subida a la Cañada Real con los ojos buscando un refugio. Emprendimos la subida por la vereda habitual. Las líneas y roderas se confundían con el agua. Seguimos apretando. Llegamos a la ermita del Cerrillo y José Antonio me preguntó " ¿paramos?. " "No podemos. Nos entrará hipotermia". Estábamos a 8º. Seguimos por la pista en dirección a la carretera Villalba-Galapagar. Los baches habían desaparecido. Sólo había charcos. Charcos y barro. Y lluvia fuerte que caía como una cortina de agua. Llegamos al cruce de la carretera. El asfalto era una piscina. Los coches con las luces puestas. Con más miedo que vergüenza atravesamos la carretera para girar al carril que lleva hacia el cementerio de Galapagar. Las roderas eran ríos. Los charcos, lagunas. El agua se nos metía en los ojos. Empezó a granizar. Notábamos el golpeteo en el casco. En el cuerpo. Todo estaba empapado. El suelo, la ropa, la bicicleta. Caía agua y granizo. Pedazo manta de agua. Por abajo el barro se metía en el cuerpo, empapándolo todo. No había roderas. Todo eran regueros de agua y barro. Sólo un objetivo. Llegar a La Navata y coger algún puñetero tren con el que escapar de este infierno. Seguíamos pedaleando. Las gafas se empañaban en las subidas. El agua entraba por los laterales de las gafas. Todo aquello era un infierno acuático. El agua hacía tiempo que nos entraba por el casco, el cuello, empapando los guantes, pura esponja. El cuerpo, todo. Las manos acalambradas. Seguíamos pedaleando como posesos. Íbamos enlazando veredas y daba igual meterse en los charcos, todo era un puro charco. Había hasta espuma. Todo sabía a tierra y sal. Llegamos junto al río Guadarrama. Venía hinchado, potente. Seguíamos pedaleando sin resuello. Ya estábamos llegando a La Navata. Continuamos por las calles. El tramo de carretera. El puente. Veíamos la estación. La condenada estación. El agua por todas partes. Llegamos. Un vistazo rápido al andén. "Principe Pío. Fte. Mora. 3 min". Ni billete ni leches. Comenzamos a correr por las rampas empujando las bicicletas. Una curva tras otra. Y la siguiente. No sé cuántas había hasta llegar al tramo horizontal que cruza las vías. Cuando llegamos al otro extremo el altavoz anunciaba la llegada del tren. "Uy! la leche sólo falta que lo perdamos". Comenzamos la bajada por las rampas del andén desde donde salía el tren. A toda pastilla. Nuevo anuncio de la llegada del tren. El corazón en un puño. Llegamos al andén. El tren se acercaba. Nos montamos. Íbamos dejando un reguero de agua por el vagón. Buscamos una parte despejada. El suelo lo estábamos dejando hecho un Cristo. Apoyamos las bicis. El tren comenzó su marcha. Me sujeté a la barra del techo. Las gotas caían desde el codo hasta el suelo. Notaba como corrían por el cuerpo. Nos miramos. Nos escojonamos de risa mientras la gente nos miraba preguntándose de dónde habían salido estos locos con sus bicicletas que estaban encharcando el tren.
Llegué a casa temblando. Me metí en la bañera. Vestido. Me fui quitando la ropa mientras abría el grifo de la ducha y el agua iba arrastrando la tierrilla. Hice a un lado un revoltijo con todo aquello y puse el tapón. La bañera se fue llenando. Me metí. Cerré los ojos. El vapor subía hasta el techo. Me miré los dedos de los pies. Los movía. Volví a cerrar los ojos sumergido en el agua calentita.
el enlace a todas las fotos aquí:
Cuando bajamos junto al embalse de Valmayor, las nubes negras negrísimas que veíamos a distancia sobre Abantos, empezaron a descargar. Primero, cuatro tímidas gotas junto al puente que cruza el embalse. Cuando íbamos en dirección a la Cañada Real aquello empezó a descargar en serio. Las gotas pesaban, taladraban. Apretamos. Llegamos a la barrera de subida a la Cañada Real con los ojos buscando un refugio. Emprendimos la subida por la vereda habitual. Las líneas y roderas se confundían con el agua. Seguimos apretando. Llegamos a la ermita del Cerrillo y José Antonio me preguntó " ¿paramos?. " "No podemos. Nos entrará hipotermia". Estábamos a 8º. Seguimos por la pista en dirección a la carretera Villalba-Galapagar. Los baches habían desaparecido. Sólo había charcos. Charcos y barro. Y lluvia fuerte que caía como una cortina de agua. Llegamos al cruce de la carretera. El asfalto era una piscina. Los coches con las luces puestas. Con más miedo que vergüenza atravesamos la carretera para girar al carril que lleva hacia el cementerio de Galapagar. Las roderas eran ríos. Los charcos, lagunas. El agua se nos metía en los ojos. Empezó a granizar. Notábamos el golpeteo en el casco. En el cuerpo. Todo estaba empapado. El suelo, la ropa, la bicicleta. Caía agua y granizo. Pedazo manta de agua. Por abajo el barro se metía en el cuerpo, empapándolo todo. No había roderas. Todo eran regueros de agua y barro. Sólo un objetivo. Llegar a La Navata y coger algún puñetero tren con el que escapar de este infierno. Seguíamos pedaleando. Las gafas se empañaban en las subidas. El agua entraba por los laterales de las gafas. Todo aquello era un infierno acuático. El agua hacía tiempo que nos entraba por el casco, el cuello, empapando los guantes, pura esponja. El cuerpo, todo. Las manos acalambradas. Seguíamos pedaleando como posesos. Íbamos enlazando veredas y daba igual meterse en los charcos, todo era un puro charco. Había hasta espuma. Todo sabía a tierra y sal. Llegamos junto al río Guadarrama. Venía hinchado, potente. Seguíamos pedaleando sin resuello. Ya estábamos llegando a La Navata. Continuamos por las calles. El tramo de carretera. El puente. Veíamos la estación. La condenada estación. El agua por todas partes. Llegamos. Un vistazo rápido al andén. "Principe Pío. Fte. Mora. 3 min". Ni billete ni leches. Comenzamos a correr por las rampas empujando las bicicletas. Una curva tras otra. Y la siguiente. No sé cuántas había hasta llegar al tramo horizontal que cruza las vías. Cuando llegamos al otro extremo el altavoz anunciaba la llegada del tren. "Uy! la leche sólo falta que lo perdamos". Comenzamos la bajada por las rampas del andén desde donde salía el tren. A toda pastilla. Nuevo anuncio de la llegada del tren. El corazón en un puño. Llegamos al andén. El tren se acercaba. Nos montamos. Íbamos dejando un reguero de agua por el vagón. Buscamos una parte despejada. El suelo lo estábamos dejando hecho un Cristo. Apoyamos las bicis. El tren comenzó su marcha. Me sujeté a la barra del techo. Las gotas caían desde el codo hasta el suelo. Notaba como corrían por el cuerpo. Nos miramos. Nos escojonamos de risa mientras la gente nos miraba preguntándose de dónde habían salido estos locos con sus bicicletas que estaban encharcando el tren.
Llegué a casa temblando. Me metí en la bañera. Vestido. Me fui quitando la ropa mientras abría el grifo de la ducha y el agua iba arrastrando la tierrilla. Hice a un lado un revoltijo con todo aquello y puse el tapón. La bañera se fue llenando. Me metí. Cerré los ojos. El vapor subía hasta el techo. Me miré los dedos de los pies. Los movía. Volví a cerrar los ojos sumergido en el agua calentita.
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https://photos.google.com/share/AF1QipMXTzk-0CT9My8A8kqpRhBHnesh7gjONicU8p6NRjTkDH-CNsz3PjKJNC-0kmGLZQ?key=VGgzVEhLeDJiS3dvSm5xRjJfOE9tcDNaMkxwWm13
Pero a donde os habéis ido. Hasta Segovia???
ResponderEliminarNos entró envidia de tu chaparrón del viernes y nos metimos en una borrasca desde el embalse de Valmayor hasta La Navata. Si llega a hacer viento hubiésemos naufragado en algún charco.
ResponderEliminarYa veo que os quedasteis con ganas de agua. Vaya. Que mal se pasa cuando el frío se apodera.
ResponderEliminarVaya la que nos pilló. Menos mal que llegó el tren y nos salvó.... Aún así gran ruta y ya con ganas de volver a salir a dar pedales. Enorme la crónica Juan. Saludos
ResponderEliminarTengo ganas de ir a Segovia volviendo en el cercanías. Entre medias un cochinillo...
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