marzo 04, 2018

Mastines, migas y barro

Aquellos bichos se nos abalanzaron. Eran 5 o 6 mastines ladrando y a la hora de desayunar. Miguel y Julián aceleraron y se fueron hacia el río apretados. No había otra. Me paré. Calibré la situación. Puse la bici entre los perros y yo. Y les grité como un loco. Les injurié. Moví los brazos como un descosido. Les amenacé con las penas del infierno. Más gritos. Más movimientos de brazos y de bici. Y aquellos mastines recularon. Más voces. La de dios es cristo armé. Fueron agachando la cabeza y mirando de medio lado. Más insultos. Se fueron moviendo despacio por donde habían venido. ¡La leche! Me monté en la bici para seguir bajando, mirando de reojo. Me reencontré con Miguel y Julián. No sabían si estaba intacto tras el encuentro. Al marcar el punto en al mapa al llegar a casa, advertí de la predestinación con el nombre del pago. Vaya forma de bramar, chico. Qué a gusto me encontré tras salir venturoso del trance.
 
 
 
Seguimos cauce abajo del río Guadarrama. Fuimos esquivando charcos y barro de forma entretenida. Divisamos el puente de la carretera Boadilla-Brunete. Tomamos una vereda 200m antes. Llegamos bajo el puente y cuando íbamos a acercarnos para cruzar el río por el puentecito de madera, vimos que el río estaba desbordado. Un  grupo de hombres venían subiendo desde la orilla con neveras y bolsas de plástico. Les preguntamos si se les había aguado el picnic. No señor ¡¡Venían de un desayuno de migas!! Pegamos la hebra. Se reúnen una vez al año para comer migas. Habían llegado temprano y ya se iban. Tras zamparse las migas. Preguntamos por la fecha de tal acontecimiento anual. Mala suerte. Es un día inconcreto entre febrero y marzo. Por si acaso, marco en el mapa tal encuentro por si otro año hay más fortuna.
 
 
Cruzamos el río por el puente de la carretera y tiramos por el otro lado del río, cauce arriba hasta el cruce que sube a la urbanización El Palancar. Como ya conocemos cómo se pone de barro el carril entre las dos fincas valladas, preferimos llegar hasta el vado del castillo de Villafranca para subir por el habitual carril arenoso que se dirige a Brunete. Con la pendiente, este tramo fue pestoso total. La arena formaba un engrudo que hacía chirriar la transmisión, los frenos. Las ruedas compactas. La bici pesaba un quintal. La de dios. Este fue el tramo:
 
 
 
Tras recuperar la horizontalidad, el carril se hace llevadero e intrépido. Llegamos a Brunete. Julián iba sin agua. Estuvimos indagando con los lugareños en búsqueda de una fuente. Un parque sin fuente es como un jardín sin flores. Donde había, el grifo estaba roto o no había paso de agua. Tras preguntar a un matrimonio nos dijeron que en el cementerio, si estaba abierto, había un grifo con agua. Llegamos a la puerta del cementerio. La puerta estaba entreabierta. Julián entró solo y consiguió encontrar el grifo de marras. Es el sitio más extraño donde he parado a encontrar agua en toda mi vida. Como hay que hacer de la necesidad virtud, dejó aquí constancia de tal emplazamiento.
 
 
 
 
Julián tenía que volver pronto a casa así que decidimos regresar hasta el vado del castillo y la estación de seguimiento de satélites. Al ser en llano y luego en bajada, la subida pestosa se convirtió en pista de derrapaje pero sin consecuencias. Llegamos al vado. El río Aulencia bajaba furioso. En el centro el agua se rizaba y había una profundidad incierta. Prudentemente decidimos cruzarlo por los acertados pontones que lo atraviesan. Dejo constancia aquí de tan sabia decisión.
 
 
Llegados al puente rojo bajo la carretera que va al Pardillo y dadas las apreturas de tiempo, barajamos las opciones: La bajada nueva de los mastines que además se convertiría en subida, la cuesta súperpestosa de barro pegajoso y roderas, o la carretera con dos carriles y ancho arcén que te acerca en un periquete. Dejo aquí constancia sin pudor de la elección tomada:
 
 
Llegados a Majadahonda, Julián se fue directa e imprudentemente a casa con la bici hecha un cristo mientras Miguel y yo nos fuimos a pegarle un chorreo integral a las bicis. En mi caso,  incluyó lavado de rodillas para abajo con especial dedicación a las botas y escarpines. De los escarmentados salen los avisados. Cualquiera entraba en casa como iba.
 
En resumen: Hemos ganado un día de bici a una semana pasada por agua. Aunque llovió la noche antes y el día comenzó nublado, salió el sol. Y sobre todo, hemos vuelto contentos para casa a pesar de los mastines, de que nos perdimos las migas, entramos en un cementerio a por agua  y del barro pestoso. De todo ello como escribano doy fe.
 

 

5 comentarios:

  1. No hay fotos debido a que la cámara no ha dado más de sí. RIP.

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  2. Muy bueno.

    Me hubiera gustado presenciar la bronca sapiens-canina.
    Ni el domador de perros ni leches; Juan pegando berridos parapetado tras la Ibis; mano de santo para las fieras del hogar.

    Se me hizo pelín raro entrar al cementerio disfrazado de Power Ranger, sí.....

    Abrazosssss

    PD; colecta para cámara nueva, ya!

    Julián....

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  3. Ja ja ya está encargada a Amazon. Gracias!

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  4. Vaya aventura Juan. Aunque no hay fotos con la excelente narrativa me he imaginado los lances de la entretenida salida.

    A ver si vuelve la calma y nos vemos.

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