Para facilitar la huida me había acostado vestido de biker. Indumentaria y accesorios invernales. Con escarpines, el buff, sotoguantes, guantes y casco. Y no sin mi cortavientos. Fue más complicado meter la bici en la cama. Encajé las zapatillas en las calas. Abrazado a la bici. Listo para dormir. Presto a la fuga. Llegó la hora. Sorteando los muebles y haciendo el caballito, abrí la puerta. Bajé por las escaleras hasta el portal. Salí a la calle. Huyendo de Ana.
No la veía, pero enseguida noté su presencia. Escapé en dirección al río Guadarrama. Me escondí tras el bosque de ribera. A su abrigo pedaleé sin descanso. Bajé cauce abajo. Llegué hasta el golf de Villaviciosa de Odón. Cuando llegué arriba noté alarmado su presencia. Me di la vuelta. Crucé por el puente de arena al otro lado de la orilla. Huyendo de Ana.
Subí por el Palancar. Giré a la izquierda en sentido Quijorna pero volví a notar su presencia. Tomé un carril no habitual. Luego vereda. Busqué la salida. Bajé por un barranco. Llegué al campo de golf de V. de la Cañada. Cuando llegué a la barrera para tomar la bajada hacia el Aulencia me malicié su presencia. Improvisé y bordeé el campo. El carril se tornó en un par de cuestas imposibles. Apreté riñones. El gps me llegó a marcar una pendiente del 27% ¡Adiós Ana! El carril terminó. Había una veredita. No quise mirar atrás. La vereda se complicó. Me arrastré entre zarzas. Llegué a la valla del golf. Tuve que empujar la bici, andando. Aquello no tenía buena pinta. Los jugadores miraban sorprendidos. Aquello inflamó mi ánimo. Ana no me alcanzaría.
Acabé metiéndome en una zona pantanosa. Veía unas lagunillas. Con juncos y todo. Sin vereda. Sin horizonte. Pero ni rastro de Ana. Con mucha cautela regresé por el mismo sitio. Con las zarzas, los espinos, empujando la bici. A gatas. Llegué al carril de las pendientes. Más riñones. En el cruce de la barrera volví a notar su presencia. Bajé espantado hacia el vado del Aulencia. Dejé la estación de seguimiento de satélites. Por cierto, están construyendo una rotonda (?) Al llegar al puente comencé la subida a Majadahonda. Su presencia se hacía notar pero no dejé de pedalear. Por fin llegué a casa. Lo conseguí. Extenuado. Pero huí de Ana.
Subí por el Palancar. Giré a la izquierda en sentido Quijorna pero volví a notar su presencia. Tomé un carril no habitual. Luego vereda. Busqué la salida. Bajé por un barranco. Llegué al campo de golf de V. de la Cañada. Cuando llegué a la barrera para tomar la bajada hacia el Aulencia me malicié su presencia. Improvisé y bordeé el campo. El carril se tornó en un par de cuestas imposibles. Apreté riñones. El gps me llegó a marcar una pendiente del 27% ¡Adiós Ana! El carril terminó. Había una veredita. No quise mirar atrás. La vereda se complicó. Me arrastré entre zarzas. Llegué a la valla del golf. Tuve que empujar la bici, andando. Aquello no tenía buena pinta. Los jugadores miraban sorprendidos. Aquello inflamó mi ánimo. Ana no me alcanzaría.
Acabé metiéndome en una zona pantanosa. Veía unas lagunillas. Con juncos y todo. Sin vereda. Sin horizonte. Pero ni rastro de Ana. Con mucha cautela regresé por el mismo sitio. Con las zarzas, los espinos, empujando la bici. A gatas. Llegué al carril de las pendientes. Más riñones. En el cruce de la barrera volví a notar su presencia. Bajé espantado hacia el vado del Aulencia. Dejé la estación de seguimiento de satélites. Por cierto, están construyendo una rotonda (?) Al llegar al puente comencé la subida a Majadahonda. Su presencia se hacía notar pero no dejé de pedalear. Por fin llegué a casa. Lo conseguí. Extenuado. Pero huí de Ana.
(Desde el 1 de diciembre los servicios meteorológicos nacionales de Portugal, España y Francia se han coordinado para poner nombre a las borrascas más fuertes. En este caso la ciclogénesis explosiva se llamaba Ana. El siguiente será Bruno. Compréndase mi preocupación por hacer este relato en tal circunstancia)
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