Sí, había recibido en los últimos
años la misma sugerencia: “Tienes que
probar la bici de carretera. Ya verás cómo te engancha”. Han sido meses de cargar con el secreto. Lo reconozco ahora.
Juro que lo intenté.
Fue el pasado verano. En agosto.
De vacaciones. Pasé por mi tienda habitual cuando estoy por allí. A dar una
vuelta, como hago siempre. Post-convaleciente, seguía recuperándome de mi falta de equilibrio. Alquilaban bicis
de carretera. “Ummm…..¿Puede ser la
oportunidad? “ Pregunté. Me animaron. “Ya
verás cómo te engancha”. Le pusieron mis pedales. Todo arreglado. Dejé mi
bici de montaña y salí con la de carretera. Tan contento.
“Esto es cogerle el tranquillo”, pensé. Tenía 7 kilómetros por delante
en llano y por generoso arcén. “Veamos,
primero la posición de agarre en el manillar”. No me sirvió de mucho lo aprendido. El
manillar es más corto. Tiene una posición de sujeción donde se inicia la base
del freno. Ahí fueron a caer mis manos. “Ya está, monstruo”. Ahora a pedalear y a
manejar los desarrollos. Aquello se complicaba con los empujones laterales del
cambio. “A ver…” Pedaleaba y trataba
de cogerle el tranquillo. “Ahora voy
cogiendo velocidad y controlo el freno”. Fue un tira y afloja a ver quién
ganaba. Cambios, frenos, manillar. La condenada postura, mi cabeza gacha. Y el manillar estrecho,
la leche. Iba orquestando todo aquello mientras iba rodando. Mi mirada veía
pasar la raya del arcén. “Yo, a la
derecha.” Rodaba veloz.
Llegué a mi casa. Abrí el portón
de la cochera. Guardé la bici. “Nada,
esto es el primer día. El segundo, la caña.” Dejé reposar mis sensaciones
24 horas.
Me levanté temprano. “Voy en llano hasta el puerto, le voy
cogiendo el tranquillo y tiro para la subida de La Gorgoracha”. Seguí
luchando con el manillar, los cambios y el freno. La postura, la cabeza gacha y la línea
del arcén. “Por Dios, a la derecha de la
raya.” Aquella sinfonía no acababa de sonar bien pero llegué hasta el
puerto. “Un poquito más de rodaje, venga”.
En un lateral del puerto había una avenida sin tráfico. Me hice unas series
de manillar, cambios y freno. Avenida arriba. Avenida abajo. Cuando llegaba a
las primeras casas en cada vuelta unos paisanos se quedaron con el cante. Me
incomodé y me fui. “Venga, con un par. A
la Gorgoracha”. Fui atravesando las calles de Motril. Salí de la población.
Carretera pura y dura. “Venga, a ponerse
de pie y a escalar los repechos”. ¡Uy la leche!. Aquello se me iba de las
manos. Pasaban camiones. Me orillaba. Coches. Me orillaba. Me detuve en un
mirador. Frente al cerro del Toro. Me bajé de la bici. Lucía bien así apoyada.
De carbono. Guay. Respiré. Emprendí la bajada. Aquello se embalaba. Las curvas.
“Hay que tumbarse” ¡Uy la leche!. No
way. Los frenos, los jodíos frenos… Pero
vamos a ver, ¿cómo es posible que para hacer la máxima palanca tengas que estar
agachado del todo con las manos en la zona curva del manillar? Cuando aprietas el freno arriba no puedes hacer máxima
palanca, por Dios…
Entonces pasé por encima de mi primer
bache. Puede que lo viera, pero mi vista de betetero no era consciente. Todo mi
ser crujió con el carbono y entonces tomé conciencia. Todo era frágil y etéreo.
Mi futuro negro como el puñetero asfalto. ¿Qué hacía allí con una bici de
carretera? Más curvas. Más baches. ¿Dónde estaban cuando subía? Iba
esquivándolos mientras miraba la raya del arcén, ahora peligrosamente a mi
derecha. Detrás los camiones. Raya continua, no podían adelantarme. Entré en
Motril. Tomé el primer atajo hacia la tienda. Otro repecho. “Se va a poner de pie su padre”. Coroné.
Larga bajada. “Tranqui, ya queda poco”.
Cogí velocidad. Ya estamos. Algún bache más. Venga. El manillar, los frenos, los cambios. La condenada postura y la
mirada gacha. Los coches y la puñetera raya del arcén. Aquello era una alegoría
del tembleque. Una pelea en toda regla, oiga. Pero llegó la apoteosis. Maldito
seas, puñetero paso elevado con un socavón, feo de gordo. Me agarré como pude
al manillar, me faltaba bici donde enroscarme. Frenos con que frenar. Entonces
se me pasó la vida en un instante, me vi de niño con mi tacatá, mi patinete de
color azul, mi primera bici de montaña, mi primer camelback y cuando dejé de ir
vestido de globero y me convertí en un betetero por convicción. Me veía entre montañas tocando el cielo. Todo iba
transcurriendo en un instante y sentí terror. Estuve a punto de emprender un
viaje astral huyendo de aquel infierno cuando apareció como una visión la tienda de bicis.
Entré silencioso. Devolví la bici
de carretera. Me cambiaron los pedales. Me subí a mi bici de montaña. Mi
manillar. Salí a la calle. Salté el bordillo. Mis suspensiones. Comencé a rodar moviendo los cambios. Venía un
coche. Mis frenos. Mi cuerpo era un solo ser con mi máquina. Y volví a ser
feliz. Inmensamente feliz.
PD- Dedicado a todos los que
creyeron en mi futuro como ciclista de carretera. Declaro mi incompetencia. Pero juro que lo intenté.
Jajaja muy bueno, Juan! A mi me pasó algo semejante, pero cuando probé una MTB. Todo era muy raro, el manillar tan ancho que me sobraba por todos lados, y encima subía y bajaba! Tuve que bloquear totalmente la suspensión y por fin se quedó quieto. Con la posición tan erguida no lograba hacerme con la dirección, pero tampoco podía subir mucho más el sillín porque el pedalier estaba altísimo. Tuve que invertir la potencia. Y luego las ruedas, Dios, como se agarra eso al asfalto, con esos tacos flaneantes, me siento más segura con las mías de 23 mm! Y que decir de los frenos! qué potencia, casi salgo volando por encima del manillar. Y los desarrollos, no me apañaba con ellos, dónde está mi querido 52?? Tanta cadencia me fundía. Y eso que iba todo el rato con él plato grande de 44, hasta que llega una pendiente de narices que salió de la nada y claro, no me dio tiempo a cambiar de plato y me quedé totalmente clavada. El sendero se vuelve pedregoso y aquello parecía una batidora... Desbloquea la suspensión! Pero ni aun así... Luego cuesta abajo con unos agujeros en el suelo que temí se me colara la rueda, había que esquivarlos y me di cuenta de mi falta de técnica de conduccion total y absoluta. La rueda del de delante despedía un polvo tremendo y yo me lo iba tragando que daba gusto... Por fin!! el camino salió al liso asfalto, casi me bajo para besar el suelo cual Papa!
ResponderEliminarEntonces dije lo mismo que tú: juro que lo intenté!!
Besos.
Ja Ja!! Susana. Esto ha sido una réplica contundente. Muy bueno. Así leído resulta más convincente la dificultad del cambio de carretera a la BTT. Al final va a ser verdad que son dos deportes diferentes!! Dichosos los que pueden hacer las dos sin traumas. Besos
ResponderEliminar¡Muy buena Juan! Desde luego que hiciste bien en probarlo, pero si la cosa no funciona...
ResponderEliminarDivertida crónica. Parece que últimamente te has dado a la pluma.
Qué GRANDE eres Juan !!!
ResponderEliminarEsto es como todo, tenemos tantos tipos de bici de carretera como de bici de montaña. Es cuestión de geometría.
Quizás con una Gravel te sientas más seguro, mayor neumático, discos y si quieres hasta hay modelos con suspensión delantera como la Cannondale Slate
Pues habrá que probarlo Juan. No me cierro en banda, pero la experiencia con una bici de carretera "normal" no está hecha para mi. Incompetente total....
ResponderEliminarMuy bueno Juan. Al menos lo intentaste. A mi ni se me pasa por la cabeza. Es como lo de fumar. Lo tengo claro, no va conmigo. Larga Vida al MTB!!!
ResponderEliminarHola Juan! Me he reído mucho con tus "malas" experiencias en la bici carretera. A mí, que he simultaneado siempre ambas, se me hace difícil entender cómo puede haber semejante transición. Te animo a probar de nuevo, pero en carreteras reviradas y con poco tráfico, de las que hacen afición.
ResponderEliminarAbrazo!