José Antonio y yo habíamos quedado en el habitual punto de encuentro en Majadahonda. Al pronto, recibí la llamada de Roberto que se unía a la expedición. Agrupados, Rober se transformó en Sir Robert y nos propuso ir hasta la atalaya de Torrelodones. Quedó todo dicho. Tomamos nuestras monturas y cabalgamos rápido hasta llegar al cauce del Wādī-r-Raml, el Guadarrámiel. Por los senderos que transcurren en paralelo fuimos evitando quebrantos. El río estaba crecido y nuestras monturas se hundían en el barro. Atravesaban zonas inundadas, campos henchidos de agua, pero nuestro esfuerzo no fue baldío, llegamos al puente de Río Chico. Presurosos, desde Molino de la Hoz emprendimos la noble subida por veredas y caminos no aptos para gente indecisa. Nuestro corazón era fuerte y la fe en la conquista alta. Al fin divisamos la atalaya. Coronamos con espíritu alegre y el aliento roto. Sir Robert pretendió echar abajo sus cimientos. Forzó su montura hasta su base. Esfuerzo vano. Vencido, allí se dispuso a describir su indumentaria galana. Este humilde escribano recogió su prosa atinada. Previamente, alguna admonición sobre viandas y nuestro destino. Véase el video.
Emprendimos el regreso por el mismo camino de subida. Nos separamos con gran duelo cerca de la presa del Gasco. Sir Robert nos dejó para llegar a hora pronta. José Antonio y yo continuamos hasta la presa. Nuestro ánimo se resintió por la altura de sus muros, el agua rugiente y el viento silbante. Proseguimos con la intención de bajar hacia Molino de la Hoz. Avisos estridentes de "Finca particular. Prohibido el paso" enmudecieron nuestro aliento. No fue uno, ni dos, sino tres los aldabonazos que recibimos. Misericordiosamente, en una curva apareció una trocha. Sea este nuestro destino. Pedaleamos con denuedo. No había rastros de caballerías, sólo piedras y hierba, camino incierto. Seguimos sin resuello hasta tropezar con un muro y una puerta salvadora. No hubo candado, sólo un cierre benevolente que abrimos con presteza. Estábamos en la carretera del puerto de Galapagar.
En descenso, en una curva, encontramos un carril a nuestra derecha. Sea este nuestro destino. Ascendimos rodeados de jaras y matorrales. El carril se trocó en vereda vertiginosa que se deslizaba por una loma desconocida. Nos detuvimos a orientarnos. Hacia el Este, la carretera de subida a Galapagar. Hacia el Oeste, divisamos la subida desde Río Chico. En su búsqueda emprendimos el camino. No había más huellas que las de jabalíes que habían hozado el terreno. Al final llegamos a un barranco donde un cantarín arroyo se asomaba. Nuevamente alambradas y ramas impedían nuestro paso. Decidimos ascender por el barranco hasta buscar algún punto donde el ánimo protector del dueño de esas tierras hubiese flaqueado. Así fue. Sólo el desnivel y el cauce impedían nuestro encuentro con un carril que se divisaba en nuestro GPS.
Superado este obstáculo, emprendimos una esforzada subida que se tropezó con una nueva alambrada trabajosamente trabada entre matorrales y árboles. Encontramos su punto flaco y la traspasamos. Ya divisábamos el carril de subida desde Río Chico cuando una nueva alambrada impedía nuestro paso. Con espíritu resuelto y tras la experiencia transgresora acumulada durante el día, el obstáculo fue vencido. Por fin, alcanzamos con mucha dicha el ansiado carril. Poner el pie en tierras conocidas nos inflamó el ánimo. Raudos bajamos hasta Río Chico, emprendiendo el retorno por las veredas del Guadarrámiel y subiendo hasta Majadahonda por el carril hacia la pista de aeromodelismo en la carretera de Las Rozas, lo que evitó la subida innecesariamente penosa desde Villafranca del Castillo. Retomamos el camino del Canal de nuestro comienzo matutino y llegamos a nuestras tierras en buena hora y con el sabor de la aventura en la boca.
Y para que quede constancia de este día y las cosas que nos acontecieron, este escribano redacta la presente y adjunta el oportuno testimonio gráfico/videográfico.
Emprendimos el regreso por el mismo camino de subida. Nos separamos con gran duelo cerca de la presa del Gasco. Sir Robert nos dejó para llegar a hora pronta. José Antonio y yo continuamos hasta la presa. Nuestro ánimo se resintió por la altura de sus muros, el agua rugiente y el viento silbante. Proseguimos con la intención de bajar hacia Molino de la Hoz. Avisos estridentes de "Finca particular. Prohibido el paso" enmudecieron nuestro aliento. No fue uno, ni dos, sino tres los aldabonazos que recibimos. Misericordiosamente, en una curva apareció una trocha. Sea este nuestro destino. Pedaleamos con denuedo. No había rastros de caballerías, sólo piedras y hierba, camino incierto. Seguimos sin resuello hasta tropezar con un muro y una puerta salvadora. No hubo candado, sólo un cierre benevolente que abrimos con presteza. Estábamos en la carretera del puerto de Galapagar.
En descenso, en una curva, encontramos un carril a nuestra derecha. Sea este nuestro destino. Ascendimos rodeados de jaras y matorrales. El carril se trocó en vereda vertiginosa que se deslizaba por una loma desconocida. Nos detuvimos a orientarnos. Hacia el Este, la carretera de subida a Galapagar. Hacia el Oeste, divisamos la subida desde Río Chico. En su búsqueda emprendimos el camino. No había más huellas que las de jabalíes que habían hozado el terreno. Al final llegamos a un barranco donde un cantarín arroyo se asomaba. Nuevamente alambradas y ramas impedían nuestro paso. Decidimos ascender por el barranco hasta buscar algún punto donde el ánimo protector del dueño de esas tierras hubiese flaqueado. Así fue. Sólo el desnivel y el cauce impedían nuestro encuentro con un carril que se divisaba en nuestro GPS.
Superado este obstáculo, emprendimos una esforzada subida que se tropezó con una nueva alambrada trabajosamente trabada entre matorrales y árboles. Encontramos su punto flaco y la traspasamos. Ya divisábamos el carril de subida desde Río Chico cuando una nueva alambrada impedía nuestro paso. Con espíritu resuelto y tras la experiencia transgresora acumulada durante el día, el obstáculo fue vencido. Por fin, alcanzamos con mucha dicha el ansiado carril. Poner el pie en tierras conocidas nos inflamó el ánimo. Raudos bajamos hasta Río Chico, emprendiendo el retorno por las veredas del Guadarrámiel y subiendo hasta Majadahonda por el carril hacia la pista de aeromodelismo en la carretera de Las Rozas, lo que evitó la subida innecesariamente penosa desde Villafranca del Castillo. Retomamos el camino del Canal de nuestro comienzo matutino y llegamos a nuestras tierras en buena hora y con el sabor de la aventura en la boca.
Y para que quede constancia de este día y las cosas que nos acontecieron, este escribano redacta la presente y adjunta el oportuno testimonio gráfico/videográfico.
Asalto a la atalaya by Nino/Scottman/Sir Robert; https://youtu.be/bJvgGPRgHTQ
El enlace a todas las fotos aquí:
https://photos.google.com/share/AF1QipM8ovvL9PhIQ9Y_EKmGyhmKPb26IYavcewPqh1FFzDlUf4dmBMk3LOz94X-xWjrGg?key=R09jUUY3bDJGeTBjSWtHU1oyU05UYnRQcGJKTWx3
JAJAJA. Que buenas fotos y crónica..
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