noviembre 27, 2016

Sudor de biker

Esperando una ventana meteorológica, me levanté y miré a la calle.  La lluvia persistía. Suspiré. Tras mi viaje el fin de semana pasado, donde no hubo bici, tenía mono que mis sesiones de spinning no habían mitigado. A eso de las diez de la mañana dejó de llover,  las nubes bajas dejaban ver las altas y mi corazón de biker comenzó a aletear. Me decidí a salir. En estas ocasiones es cuando uno se da cuenta de la suerte que tienen los runners en cuestión de indumentaria. Vaya trajín que nos traemos los bikers, especialmente con tiempo intempestivo. Cometí el error de dejar para el final las zapatillas y los cubrebotas que quería estrenar para el invierno. Unos Endura de neopreno. Allí estaba en el sofá del salón con toda mi indumentaria. Mi sotocasco. Mi casco. Mi cubrecasco para la lluvia.  Con mis gafas graduadas anti viento, anti arena, anti todo. Con mi culote largo y mi chaqueta. Con el chubasquero puesto, sí señor. Para salir zumbando. Sentado en el sofá. Comencé a sudar. Venga, rapiditas las zapatillas y los cubrebotas. Ya están las zapatillas. Ahora los cubrebotas. Las propiedades del neopreno son maravillosas para muchas cosas, pero no para el primer día que estrenas el material. Metes la puntera. Empiezas a agarrar el talón acomodando la forma a la zapatilla. Estiras la pierna. Ajustas los pliegues y sigues adaptando aquello. Se me empezaron a empañar las gafas. Como las tengo sujetas por una goma me dio pereza quitármelas. Total, no tardo nada. Me metí el cubrebotas izquierdo. Tiré de la cremallera. Arrancó con pereza, pero fue a su sitio. Entre el vaho de las gafas localicé el otro cubrebotas. A tientas hice la misma operación,  palpando. El sudor me caía a chorros. Me costó ajustar el cubrebotas pero la cremallera no iba. Palpé por dentro a ver si se había enganchado alguna telilla. Nada. La cremallera no corría. Volví a sacar el cubrebotas. Comencé a tirar. Para arriba. Para abajo. Para coger carrerilla. Nada. Toqué por dentro. Por fuera. Aquello debía tener algún defecto de fábrica. Mi situación era penosa. Allí, sudando en el salón de mi casa. Me levanté las gafas y empecé a resoplar. Decidí ponerme de pie y empecé a forcejear con la cremallera. Para arriba. Para abajo. ¡Nanay!. En una de estas aquello empezó a moverse. Comenzó a deslizarse diente a diente. Ya funcionaba. ¡Aire! Necesitaba estar fuera pedaleando. Salí escopeteado al trastero a por la bici. Las ruedas habían perdido presión. Cogí la bomba de pie y entre el vaho y el sudor acabé de hinchar las cubiertas. No sé qué presión tendrían. Fue al tacto. Tenía que salir de aquel infierno sudoroso. Salí por el portal. Noté el aire fresco y el suelo empapado. Fui pedaleando para coger velocidad y dejar atrás aquella sauna que me consumía. No me importaron los charcos. El barro que se pegaba a todo. Las subidas apretando y el sudor que brota en proporción a la dureza de la pendiente. Hoy he conseguido arrancar dos horas y media de bici. Perdido de agua y barro, pero infinitamente mejor que en el salón de mi casa.

3 comentarios:

  1. Jajaja muy buena la descripción de la odisea de salir con la equipación de invierno.... Y lo mejor es que esto se lo cuentas a alguien que no anda en bici y con toda seguridad su comentario es: pero estás loco???

    Besos.

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  2. Plenamente identificado Juan. ¡Buenísimo!

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  3. Jajajajaja Juan vaya tela!! Que odisea y que moral... Pero sí, cuando las ganas de pedalear aprientan, no hay nada que haga que un biker no salga a dar pedales. Espectalcualr crónica como siempre.

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